jueves, 15 de septiembre de 2011

" Mi nombre es..." por Rudy Wiedmaier

“ Mi nombre es…. ”
( por Rudy Wiedmaier )

La moda de los programas de dobles. Todos los canales se suman. Multitudinarios casting en todo Chile, dan cuenta de una enorme necesidad de figuración de miles de compatriotas con alguna capacidad de imitación. Recuerdo ese concurso de dobles que  presentaba semana a semana Don Francisco en sus Sábados Gigantes
en los setentas y ochentas. La idea no tiene nada de nuevo, sin embargo, nos tratan de convencer de lo contrario y majaderamente.
Que este formato televisivo alienta el talento de Chile. Falso total.
Es sólo un buen negocio y nada más. Si la tv local quisiera apoyar, de verdad, el desarrollo del talento chileno, incluiría mas creadores en su programación, invitaría a miles de grupos y solistas de los más diversos estilos que habitan nuestra patria y que, con todas las dificultades, desarrollan su arte. Y les pagaría, dignamente por su trabajo. Los he conocido cuando viajo por Chile con mi música. Los veo y escucho en las calles y ferias libres.
En las estaciones de metro, en las micros. Y muchos de ellos, son muy buenos, creativos y con identidad. Pero no se les dá la pasada en los medios.
Se prefiere al imitador que replica, a veces patéticamente, un modelo de artista, extranjero, la mayoría de las veces.
¿Qué hay detrás de esto? Bueno, aparte de razones obvias relativas a cómo funciona la tv local, como industria publicitaria en abierta complicidad con el rubro del retail principalmente, también podemos bucear buscando explicaciones más profundas e insondables, que más bien se relacionan con el alma nacional. Leo en la revista Panorama news una entrevista a Alberto Plaza que, además es portada, cuyo encabezado dice: “ Votaré por  Bachelet el 2014 ”.Entre algunas respuestas obvias que entrega el cantautor donde, como es su costumbre, se dibuja a sí mismo como un ganador por excelencia, señala: “ Yo nací en un hogar de derecha, estudié en un colegio de derecha, mis amigos son todos de derecha, pero yo no soy de derecha ”.Debo contener la carcajada. Probablemente es una de las frases más oportunistas que he escuchado los últimos meses. Como pertenezco a una generación muy peculiar-la de los ochenta-he empezado a sentir que primero nos robaron el futuro a aquellos que fuimos jóvenes en Dictadura y ahora nos roban el pasado. Es decir, se altera la historia para que ciertas piezas calcen. Alberto Plaza  participó en el Festival de Viña, en plena dictadura, cuando  muchos cantautores comprometidos con el movimiento contra Pinochet estábamos prohibidos en televisión. El no, por supuesto. Participó con su canción “ Que cante la vida ” que en parte de su letra decía: “…Y están los que piensan sólo en destruir y estamos NOSOTROS  para despertar el sueño perdido que todos podemos realizar” “ Que cante la  vida por todo rincón se junten las manos, se logre la unión ”.Esa letra le caía como anillo al dedo al régimen de Pinochet para diferenciar claramente, a la juventud de oposición de la otra juventud, la  nacionalista, sana
( según ellos ) y representativa del régimen. A Plaza lo vimos permanentemente en programas de tv y junto a figuras emblemáticas del gobierno del General. Nunca tuvo problemas para difundir sus canciones y al mismo tiempo, nunca participó del movimiento cultural y musical que buscaba el término del régimen militar, el fin de los atropellos a los derechos  humanos y el retorno  la democracia.
Ahora resulta que es bacheletista y un gran demócrata. Tu nombre es….nadie. O más bien, tu nombre es camaleón. Algo nos ocurre como país que permitimos situaciones cómo la que acabo de describir. Tenemos un problema con nuestra memoria. Parece que lo que nos determina en nuestra grandeza como nación, al mismo tiempo nos pone en conflicto frente al reflejo que el espejo nos devuelve. Entonces preferimos alterar la historia. O hacernos los huevones directamente, en buen chileno.
Y los medios, los poderes político-económicos nos quieren, permanentemente, convencer de lo imposible: que el doble de Chile es el país verdadero, que una copia es mejor que el original.
Que un imitador vale más que un creador genuino.
Tu nombre es bruto. Arraso con tu inteligencia, considero que el pueblo es idiota y que lo puedo manipular, engañar y explotar.
Instalo la idea de que nuestra selección de fútbol es histórica, cuando apenas pasamos de segunda ronda a puros empates, con suerte y sus verdaderos dueños son la Coca-Cola.
Te hago firmar un contrato falso, con letra chica y te obligo a pagar tres veces el valor por un producto que a mi me costó diez veces menos.
Mi nombre es capitalista.

Pero hay un Chile grandioso que parece despertar en la voz de una nueva generación. Camila Vallejo, con su arrojo, inteligencia y por supuesto belleza, simboliza ese Chile que renace. El movimiento de los estudiantes ya es de millones más: trabajadores explotados, jefes de hogar, dueñas de casa, organizaciones sociales se suman.
Ya las cosas no serán iguales. Algo cambió para siempre en esta patria. Siento que tanto esfuerzo, tantos años de lucha por un país más justo, tantos que dieron la vida por aquello, tanta fuerza acumulada, todo eso ha comenzado a brotar como en una primavera de futuro. Y espero, que Chile se reencuentre con su verdadero reflejo y no con aquel impostor que fuimos tanto tiempo, que se vestía igual, caminaba igual, hablaba igual, pero que, finalmente, era solo un doble. Un siniestro muñeco articulado por otros, que nos recuerda lo peor de nosotros y que debe permanecer encerrado en el fondo de la conciencia para que cada cierto tiempo, lo observemos  con su mueca absurda para que nos recuerde que nunca, nunca más volveremos a ser aquel horroroso imitador.
Mi nombre es Patria. 

miércoles, 8 de junio de 2011

ARTICULO PUBLICADO EN CIRCULO DE POESIA-MEXICO

La cocina del alma: poetcast de Rudy Wiedmaier


Rudy Wiedmaier
Para continuar con un toque musical la semana chilena, presentamos un material exclusivo y desconocido en México, perteneciente a los álbumes “Hotel Teillier” y “Los Trenes de la noche”, del cantautor santiaguino Rudy Wiedmaier, quien ha musicalizado de manera magistral la poesía del entrañable poeta de Lautaro, Chile, Jorge Teillier.



JORGE TEILLIER Y LA MÚSICA: ISLA VIVA Y PERMANENTE


La nostalgia del reino de pureza, del paisaje primordial en donde el ser encuentra su verdadera casa, materializado en el paisaje del pueblo natal, en la naturaleza, en la casa de madera del bautismo, en el mudo corazón del bosque, en los trenes que atraviesan a la mitad ese pueblo de la infancia, en la lluvia y la tristeza, en los sabores amados: el pan sobre la mesa, la sidra natural de manzana (“shisha”), el vino terrible y noble, son los elementos que conforman el magma esencial de Jorge Teillier, poeta chileno nacido en Lautaro (1935), poblado situado cerca de Temuco, en el sur profundo de Chile, ese sur que no es una simple geografía, sino una melancolía y el espacio fundacional del alma chilena.
            Por ello es que este poeta se ha convertido en una presencia primordial, invisible pero presente, en el ánimo de Chile y de los poetas. Contra toda voluntad de rechazo, sobre todo de los poetas chilenos más jóvenes, más preocupados en acomodarse al canon imperante que a encontrar una voz propia, a favor de una supuesta “vanguardia”, “ruptura”, y otras máscaras estéticas con que se oculta la necesidad de imponer un canon único, pareciera mentira que en un país que nos ha legado las más importantes, honestas y genitoras voces de la vanguardia poética latinoamericana (Huidobro, Neruda, Parra, Rojas…), existe, con una fuerza subterránea, pero poderosa, esta voz que ha privilegiado una poesía de la transparencia, de la desnudez en el lenguaje, afincada en el poderío simbólico y arquetípico cuyo referente, como se menciona al principio, es este sur de la infancia, entendido como un paisaje donde la orfandad desaparece.
Cartel
            Jorge Teillier es una voz que habla desde esta nostalgia, y desde la imposibilidad de restaurar, en la realidad, en la vida del Chile de la dictadura, este íntimo espacio de libertad y plenitud. Alcohólico irredento, triste, héroe de su hybris, su vida misma y su obra se afincan en el desarraigo, en la imposibilidad de la permanencia en la tierra y del amor, ya sea fraterno, paterno o a sus compañeras de vida, y extraordinariamente, a costa de su vida misma (muere en Viña del Mar, en 1996, en Viña del Mar, desangrado por una hemorragia producto de una cirrosis terminal), en un diálogo misterioso, visto desde la perspectiva del tiempo,  con la muerte. En sus poemas más extraños, como “La última isla”, por ejemplo, que no han sido estudiados desde este punto de vista, pareciera como, si desde la existencia física, cuando los escribió, hablara desde la muerte, como si ya su espíritu estuviese quizá, en el espacio cerrado de su tumba en La ligua (“pues quizá ha llegado el término del mundo”), tumba hermosa y siempre viva, limpia, con flores y un estanque de peces, que su viuda, la escultora Cristina Wenke, cuida amorosamente.
            Rudy Wiedmaier, cantautor, tecladista, guitarrista y productor chileno de ascendencia alemana, percibe esta esencia Teilleriana, y da ritmo a los poemas del autor que más nos dan una idea de su poética. El jazz, el blues, pero sobre todo, el rock, no demeritan el magma poético de Teillier, sino al contrario, entablan un diálogo con él, y le dan la fuerza del canto y la música.
            Wiedmaier aparece como figura en la canción popular de Chile a comienzos de los años ochenta dentro del movimiento del canto nuevo. Su carrera discográfica comprende trabajos como: Impresiones PersonalesAmigo ImaginarioAmor Grisú,PresentesLos Ghettos MatanImperio AnteriorEmporio. Con Hotel Teillier (2005) y Los Trenes de la noche (2006), discos en los que musicaliza la obra de Jorge Teillier, su trayectoria se afianza y encuentra una voz del espíritu, “un pariente imaginario”, que lo acompaña..
            Hotel Teillier incluye los tracks, que son los títulos de los poemas de Teillier, “La última isla”, “En la secreta casa de la noche”, “Cuando todos se vayan”, “Los conjuros”, “Después de la fiesta”, “Tarjeta postal”, “Nadia”, “Cuento sobre una rama de mirto”, “Botella al mar”, “Ahora vuelvo a encontrar esa luz olvidada”. El disco Los trenes de la noche incluye “Días de ocio en la ciudad que fue”, “Si pudiera regresar”, “Casablanca”, “Andenes”, “Carta a Mariana”, “Antes del desorden”, “Paseos con Carolina”, “La llave”,  “Pequeña confesión”, “Los trenes de la noche” y “Juegos”.
            Actualmente Wiedmaier prepara sus álbumes “Diario de un robot” y “27”.
            Presentamos, además de una entrevista con Wiedmaier, para dejarlo hablar también,  esta pequeña antología musical de Jorge Teillier, en la que, al escucharla, nos damos cuenta de que esa “última isla” que es la muerte, es una isla viva y presente, pues es dicha desde una voz que, aun en vida, nos habló desde la eternidad de la muerte y de ese espacio primordial y puro de la infancia, y es acompañada por la vitalidad y fuerza de las extraordinarias composiciones de Rudy Wiedmaier.

Hotel Teillier
     
PLos trenes de la noche 

Po
Poetcast Pista 28. Rudy Wiedmaier: La llave (Los trenes de la noche)
Descripción:

ENTREVISTA CON RUDY WIEDMAIER*

Por David Ponce
Subrayado, marcado, descompaginado, carreteado. La antología de Jorge Teillier que tiene Rudy Wiedmaier ostenta las huellas de haber sido su libro de cabecera en el último tiempo, y no se trata sólo de lectura. De ahí salió la octava y más reciente placa de Wiedmaier, un músico que empezó a grabar en 1982 y que este año acaba de publicar dos álbumes seguidos con la poesía como materia prima: “Mirar de afuera”, con versos de Ricardo Nanjarí Román, y “Hotel Teillier”, sobre el poeta de Lautaro.

UN TÉ CON EL POETA
 —Es un suceso artístico bien único en mi experiencia creativa —dice. Fue bastante rápido, escribí las canciones no pensando en hacer un disco. Fueron apareciendo por las ganas de tocar que te provoca la lectura de un buen poema, no sólo en lo musical, sino que en tus momentos de vida. Qué rico sentarse a tomar una taza de té con la guitarra, con un buen texto, a hacer música, y más potente que termine resultando una canción.
 ¿Qué tan rápido fue?
La primera canción, que no está en este disco, la escribí hace 10 años. Y ahora salieron 16 temas en un mes y medio. Quizás hay una misteriosa preparación que uno ignora para llegar a lograr algo, un entrenamiento espiritual, por decirlo de alguna manera. A lo mejor, tenía que llegar ahora, cuando yo estoy más escéptico frente a algunas cosas de lo que llaman la industria. Estoy más viejo, más tranquilo frente a ciertos acontecimientos y más urgido frente a otros.
 ¿Estudiaste a Teillier o fue un trabajo más intuitivo?
Todo esto lo he hecho por pasión. Es porque la poesía de Teillier me emociona. Punto. Si no, mi música no podría emocionar a otros. Yo descubro a Teillier el año 91. Él fue un par de veces a ver a una amiga a la casa donde yo vivía, en Pedro de Valdivia, y le dejó un libro de regalo, que es ‘‘Cartas para reinas de otra primaveras’’. Y ahí yo quedé plop. Hay un dato bien fundamental, y es que yo soy un hombre del campo, finalmente. Yo nací y viví toda mi infancia en Tiltil, y eso a uno lo marca a fuego.


CASA DE CAMPO
 Nieto de un inmigrante alemán establecido en San Fernando, Wiedmaier vivió hasta los 12 años en Tiltil. “Teillier es un poeta conectado con la epifanía de la infancia, como un tiempo de arraigo, de la edad de oro. Y yo tuve una infancia muy feliz, llena de paisajes que ya no están tan a la mano, son menos visibles. A partir de ese libro me empiezo a zambullir en la obra de Teillier. Además él es un desterrado en la ciudad, nunca le dieron el Premio Nacional de Literatura, por ejemplo. Tiene toda una temática rockera y tiene una forma de plantearse frente al oficio que yo comparto’’.
 ¿Es difícil el ejercicio de poner música a un poema?
En un primer momento pensé que era una pega muy difícil. Esta experiencia me regaló un don adicional de hacerlo con cierta facilidad. Pero antes de entrar en ello tengo que sentir que me hace un clic, no sólo en términos de una emoción ni una conexión profunda, sino también en la forma, que me tiene que sugerir un ritmo, una cadencia, un juego de palabras, una sincronía, y eso he logrado verlo con echar una mirada al texto.
 ¿Así elegiste los del disco?
Yo lo plantearía al revés. Más bien me pregunté si estoy capacitado para enfrentar ese poema. Qué le voy a estar diciendo yo a Teillier si se presta o no para que venga Rudy Wiedmaier. Porque, además, la obra de Teillier es monumental, por la cantidad de poemas que tiene y los que se extraviaron, porque él escribía mucho en los bares y eso se iba en las servilletas. Tipos que están como poseídos.
 ¿No tuviste un criterio literario, de hacer una antología cronológica?
No, tomé un criterio bastante pragmático. Yo, finalmente, soy un escritor de canciones. Ése es mi tema. Ahora, los más pesados dirán: ‘‘Y este huevón no tiene ninguna canción sonando por ahí’’. Claro: no están en la radio. Pero yo sé que tengo 100 canciones buenas, 100 canciones dignas. Entonces, al escribir las canciones no tuve ninguna pretensión de entrar en la radio: no es que no quiera entrar, pero no a cualquier precio. Decidí que la poesía de don Jorge, mi propio trabajo y el de los músicos en este disco tiene que ver con una cuestión más bien musical. Yo soy un autor de canciones que se mueven en distintos estilos y traté de que fuera variado en esa dirección. Es lo que hago en todos los discos.
 ¿Uno se siente más familiar después?
Sí, yo creo que es una buena definición. Es como un pariente que uno ha querido mucho.
      
*Entrevista publicada en el periódico chileno  La Nación, el domingo 20 de noviembre de 2005.
Círculo de Poesía - Revista electrónica de literatura
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Círculo de Poesía. Revista electrónica de literatura. Año 0, semana 46, noviembre, 2009 Publicación semanal editada por Territorio Poético A.C. Azabache 136-A Lomas del Mármol, Puebla, Pue. C.P. 72574. www.circulodepoesia.com Editores responsables: Jorge Mendoza Romero, Alí Calderón.

miércoles, 25 de mayo de 2011


“ El vengador enmascarado ” por Rudy Wiedmaier

Me despierto lenta y plácidamente al sentir un  agradable rayo de luz sobre mi cara, me estiro como un cachorro feliz y escucho a mi madre que prepara el desayuno en la cocina, esta mañana de verano de 1968, mientras  se oye en la radio la voz del conductor de su programa favorito, dando un mensaje publicitario:“ Las mejores creaciones de la moda las encontrará en Rose Marie Reid, en su dirección tradicional de calle Puente 340 “.Me llama la atención el nombre de la calle :“ Puente” –pienso- “ porqué una calle se llama así, si un puente es otra cosa “. Pero bueno, sólo tengo cinco años  y suelo hacerme preguntas de todo tipo, a cada rato. Como por ejemplo, porqué mi programa de radio predilecto se llama “ La tercera oreja “.Lo escuchamos cada noche con mis hermanos antes de  dormir y en el silencio del campo de Til-til, donde sólo los grillos o el ladrido de algún perro a la distancia son el telón de fondo en el que se sostienen las historias fantásticas del radioteatro aquel, legendario de la radiofonía chilena. La radio…esa luz  de éter que añoramos y que hemos visto convertirse en una cacofonía del absurdo publicitario y habitada por conductores histéricos ansiosos de fama. Qué lejos se siente el eco de aquellos gloriosos “días de radio “.Las emisoras históricas de nuestro país: Radio Minería-pionera- con sus programas emblemáticos: “ Radiomanía “, “ El Reporter  Esso “, radio Portales, y sus radioteatros magistrales en las décadas de los sesenta y setenta:
 “ El siniestro Doctor Mortis “ con el gran Juan Marino, “ Lo que cuenta el viento “ escrito y dirigido por Christie Brand, radio Magallanes, Balmaceda, Chilena , Nuevo Mundo…Locutores y comentaristas memorables: Raúl Matas, Alodia Corral, Pepe Abad, Sergio Silva, Patricio Varela, Tito Mundt, Ricardo García, Julio Martínez, por nombrar algunos. Cuando la radio era un lugar de imaginación, entretención y, sobretodo, un espacio de encuentro social de nuestro querido Chile, ese Chile que, a ratos, aparece desdibujado en su identidad y en los colores de su alma. Cuando éramos otro país, cuando la vida se mostraba plena de futuros y  caminos y sonidos nuevos. Antes del desorden.

La película “Días de radio “ ( 1987 ) obra maestra y subvalorada de Woody Allen es un retrato nostálgico, de época e infancia que narra en primera persona , las vivencias de un niño judío de Brooklyn en plena época de oro de la radio en Norteamérica: los años cuarenta. La música maravillosa de Glenn Miller Band, las historias de superhéroes, la crónica rosa de alta sociedad, los concursos y programas deportivos son la programación diaria que reúne frente al receptor a ésta familia de clase media baja, que vive como propios los relatos que la caja mágica les trae. Son días de guerra y de esperanza también de tiempos mejores, en los que la luz del dial alienta la promesa de un mundo distinto y más humano, días  en que miles de familias  esperan a sus hijos de regreso del frente de combate:
 ( “… había un soldado regresando intacto, intacto del frío mortal de la guerra, intacto de flores de horror en su cuarto “, Silvio Rodríguez ), días de una época irrepetible como, finalmente, lo son todas las de la infancia. Todos venimos de algún naufragio aunque no lo sepamos.
El niño que relata la historia- el mismo Allen, seguramente-espera ansioso cada capítulo de su radioteatro favorito: “ El vengador enmascarado “mientras asiste a las ridículas discusiones de sus padres y tías.

Estoy en mi casa natal una tarde de invierno, aburrido. Veo a mi padre encorvado y concentrado en una tarea eléctrica, sentado en una silla, sostiene entre sus manos un circuito extraño que me llama la atención fulminantemente, cuando me acerco y le pregunto de qué se trata, como es su costumbre, sin mirarme y secamente me contesta. “ es una radio galena “, lo que sólo contribuye a aumentar más mi curiosidad. Los días posteriores acudiré a observar cada detalle de su trabajo hasta, maravillado, ver cómo esa estructura termina por convertirse en una voz que surge de un pequeño parlante que él, meticulosamente, como siempre, ha instalado en una caja de madera.
Con cierta altanería, me mira sonriente y comprueba el éxito de sus cálculos y operaciones: ha logrado construir una radio galena ( un receptor que emplea un cristal semiconductor de sulfuro de plomo ), escucharemos la señal AM en los meses siguientes y será otro de los ingenios de mi viejo, herencia de sus genes alemanes, seguramente y tema de conversación recurrente con sus amigos .

Y todo esto ocurre a miles de kilómetros de distancia del corazón. Mi hermano, aún lo veo con su pequeña radio portátil, escuchando los partidos del Colo, los días domingo cuando vuelvo del río, le hago una seña al verlo sentado en el corredor de nuestra casa, todavía lo veo levantar la mano y replicar el gesto. Estoy a miles de kilómetros de esa época, me alejo cada vez más como una voz que se pierde en el sinfín de las épocas, como una voz que se extravía de si misma y que no se resigna al eco de su propia historia. La de los días irrecuperables y la atroz nostalgia de voces y sueños perdidos para siempre. Una canción nos devuelve el aire de días lejanos, no puede retrotraer el tiempo- ese vengador enmascarado- ni recuperar a los que amamos alguna vez, seres y paisajes, pero  logra, quizá por un segundo, entregarnos la ilusión de lo eterno. Y ahí está la vieja radio, como un pariente extraño con su ojo de cristal y la rueda que controla el dial, metáfora de los ciclos de la vida, viaje y retorno, una y otra y otra vez…Escucho el hit de Buggles de 1979 “ El video mató a las estrellas de radio “…
 
El vídeo mató a la estrella de la radio
El vídeo mató a la estrella de la radio Llegaron las fotos y te 
rompieron el corazón
                      
                    Y ahora nos encontramos en un estudio 
                                     abandonado
Escuchamos el playback y parece de hace tanto tiempo
Y tú recuerdas a dónde iban los tintineos

 Fuiste el primero
 Fuiste el último
 
Y me acuerdo de ese mediodía que dejé mi casa natal para siempre, un día del año76, cuando mi madre decidió venderla. Salimos caminando en dirección a la estación de trenes, miré hacia atrás y vi el viejo portón rojo, que se abría a los dos senderos que conducían a mi casa, salimos caminando, como huérfanos de un paraíso, sin saber de los años y amores y dolores que vendrían y cuánto extrañaría aquellos veranos inolvidables. Sé que cuando llegamos a la estación, en una radio a pilas de algún pasajero, sonaba una canción que ya no recuerdo. 

Como hermano menor, fui el primero en subir al tren y el último en bajar. 

viernes, 29 de abril de 2011

Tomado de músicapopular.cl

Primera página

Es grasa y está saturada

"Yo soy…" y "Mi nombre es": urgente una ley de rotulación para comida chatarra en TV.



Desde que Lagos
 –Sergio, no Ricardo– sobrevendiera con su entusiasmo característico el supuesto hito de una nueva era en la TV a propósito del show sobre unos perdedores profesionales denominados protagonistas de la fama en 2003, uno ya debiera estar acostumbrado a que cualquier cosa es posible en las mentes de los responsables de la tele en que vivimos. Un programa de gente con disfraces militares en un país donde ya hubo suficientes militares de verdad por años de cadena nacional: con ese solo ejemplo podría bastar. Pero no hay modo. Los creativos de esta industria logran superarse a sí mismos cada vez, y en 2010-2011 el pretexto ha vuelto a ser la música.

O lo que ellos llaman música. Y lo que ellos llaman "talento", sobre todo, en otra ofensiva de programas donde talento es tener el menos carácter propio posible. Para la mentalidad de un productor de TV, cantar bien es lo más parecido a ser Mariah Carey o algo así: gritar fuerte y vibrante, perfecto para emocionar al jurado y para poner el cartel de "aplausos", como si la única opción para ser cantante chileno fuera aspirar a astro afroamericano del R&B. Se llaman "Factor X" o "Talento chileno" y no están mal como experimento exitoso de alienación en masa. Pero aun mejores son la versioneshardcore. Se llaman "Yo soy…" o "Mi nombre es", y dirán que son programas de imitadores de cantantes famosos, pero es demasiado más que eso. Es un festival de todo el remedo del que se alimenta la TV.

Shakiro es sólo el comienzo. También está el remedo emocional de unos animadores que sobre-estimulan a los postulantes en camarines, el de unos "profesores" de canto que les hacen cursos para la cámara, el de unos "jueces" muy solemnes en el lugar de supuestos especialistas. Los jurados de todos estos shows tienen pergaminos como panelistas de programas de chimentos, como un ex bajista de Soda Stereo desempleado o, esto es mejor, como un ex mánager de Chayanne. No un "artista": un mánager. Y no un mánager: un ex mánager. Ese sí es retroceso, incluso para los estándares de la TV chilena, que hasta en la era Pinochet contrataba por último al hermano fracasado de los Bee Gees o a la hermana chica de Maripepa Nieto. Que todas estas sean franquicias es el cierre perfecto: es "The X factor", "Britain's got talent" o "American idol", pero en remedo nacional.

Acá el remedo les queda peor que la enfermedad, eso sí. Y eso sí es talento. Los mensajes llegan fuerte y claro. Si quieres cantar, la manera de salir en TV es dedicarte a ser el Camilo Sesto y la Britney Spears chilenos. Si eres José Alfredo Fuentes o Nicole, la manera de que te inviten al set de TV es ser jurado de estas cosas. Si eres el ex bajista de Soda Stereo, Chile es un país donde te pagan por hablar boludeces en televisión, y ni siquiera lo decimos acá, ya lo dijo tu compatriota Charly García hace quince años. Y se llamarán "Yo soy…" o "Mi nombre es", pero es justo lo contrario. Es no ser "yo" ni tener nombre propio: es ser otro. La industria de la farándula ha conseguido en primera instancia el siguiente efecto: invitar a los consumidores a sustituir su vida personal por las vidas personales de las celebridades. Esa lobotomía ahora es más específica, para anular el carácter de un cantante de modo de que se transforme en otro. Y mientras mejor el remedo, más van a aplaudir el Pollo Fuentes, Nicole y el ex manager de Chayanne.

El proyecto de rotulación de comida chatarra está copando la agenda noticiosa en estos días en Chile, a propósito de la necesidad de regular la venta de alimentos con altos índices de grasa y otros componentes poco saludables. No hay gran diferencia con la línea editorial de estos programas de TV: esto es grasa. Y están en todos los canales, a la misma hora y en el horario llamado "estelar": o sea es grasa saturada. Urgente que alguien los rotule también.

martes, 26 de abril de 2011

Christina Rosenvinge vuelve a Chile- 5 de Mayo, La Cúpula

Después de casi un año, Christina Rosenvinge regresa a Chile para promocionar su nuevo disco, “La Joven Dolores”. Esta cantautora madrileña es una de las más reconocidas de la música Pop Española que después de tres años y tras “Tu Labio Superior” nos viene a impresionar con su nuevo trabajo, el cual tiene una mezcla de rock suave y pop.
“La joven Dolores” fue el nombre que Christina Rosenvinge le dio a su disco. Esto debido a la inspiración que le produjo las historias, tanto verdaderas como ficticias, que esconde este humilde barco, que por mucho tiempo ha navegado sobre las aguas del tranquilo Mediterráneo; desde Ibiza hasta la Isla de Formentera. Es precisamente en este último lugar en el cual compuso la mayor parte de los temas de este álbum, alejada de la bulla de la gran ciudad.

Tícher de luz, una guia spinettiana: Página/12, Todos los caminos del universo Spinetta...


Tícher de luz, una guia spinettiana: Página/12, Todos los caminos del universo Spinetta...: "En su libro, el autor uruguayo hace un recorrido exhaustivo por la obra de Luis Alberto, tanto como para revelar detalles que ni el fan más ..."

Roberto Carreño: Las bandas más sobrevaloradas del rock chileno act...

Roberto Carreño: Las bandas más sobrevaloradas del rock chileno act...: "Los sobrevalorados no son lo más malos, necesariamente. Son aquellos grupos que han sido muy expuestos y apoyados por la prensa musical de t..."

RUDY WIEDMAIER " CUANDO TODOS SE VAYAN " ( letra: Jorge Teillier/ Música: Rudy Wiedmaier )

 " Cuando Todos Se Vayan " de Jorge Teillier

                                                                                        ( a Ray Bradbury )
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

lunes, 25 de abril de 2011

Artículo acerca de la película " I am not there " sobre Bob Dylan ( tomado de http://lafuga.cl/im-not-there/8 )


I’m not there

Bob Dylan, un completo desconocido

Por Álvaro García

Director: Todd Haynes
Año: 2007
País: Estados Unidos

En el panorama del cine actual destaca una tendencia que juega con los estereotipos. Se prueban los límites de la autoconciencia cinematográfica, muchas veces de forma acomodaticia, despojando a las imágenes de su potencial crítico. Frente a esta inercia significante, el cine de Todd Haynes exacerba el simulacro que conforman las imágenes-mercancía proponiendo al espectador traspasar la distracción y manipulación propias de la espectacularidad inherente al cine, intentando provocar algún grado de lucidez ante el pozo sin fondo de referentes imaginarios que conforman nuestra cultura. De esta forma se le ocurre rescatar a figuras complejas como Bob Dylan y no hacer un simplón remake a la Indiana Jones.
La gente pagaba por ver cómo otros creían en sí mismos en el escenario, en medio del rock and roll”
Kim Gordon
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Aunque Bob Dylan no es un aparecido en la historia cinematográfica, recordemos que el documental Don’t look back (D.A. Pennebaker, filmado el año 65, estrenado el 67) y su revitalización actual está relacionada con la urgencia de la revisión de una figura musical, verdadero mito de los años sesenta, que va más allá de la mirada retrospectiva y nostálgica a la que nos tiene acostumbrados “la industria de la memoria”. 1 Un mito necesita varios actantes para construirse, de esa forma se puede entender la poca distancia entre el estreno de I’m not there (Todd Haynes, 2007), el documental de Martin Scorsese sobre el cantautor No direction home (2006) -donde figura el mismísimo Dylan rememorando-, variados homenajes públicos dedicados al músico, y su propia autobiografía publicada hace un par de años. Lo más notable es que a nadie se le haya ocurrido programar una función doble con las películas más recientes: primero el documental y, después de una pausa y fumarse un cigarro, entonces volver a la sala para ver la versión interpretada por famosos actores asalariados. Dicho de otra forma, el oficioso documental del viejo Scorsese sería necesario para poder contextualizar el experimento barroco de Haynes a la luz de tanto homenaje en vida. Si el primero intenta establecer el retrato de las fuentes, la adolescencia y juventud del artista tránsfuga contado por el Dylan maduro, sobreviviente y sus compañeros de ruta, el segundo marca distancia del referente de inmediato. I’m not there ( No estoy ahí ) pretende que, pese a todos los indicios, lo más significativo de la película no pase por intentar conocer al glamoroso ídolo musical. En definitiva, lo que se articula entre I’m not there y el espectador son algunas de la variables del posmodernismo 2 . Una de las cuales supone el uso explícito de la intertextualidad 3 como práctica significante, la que reemplazó la relación unívoca entre autor y lector por una más dúctil entre texto y lector. Poniéndonos algo deterministas, podría afirmarse que ambos filmes interpelan a públicos diferentes.
La apropiación del mito musical y generacional “Dylan” sirve como ejemplo de cómo en el cine de Haynes se manifiesta una ruptura radical con el clasicismo. La propuesta de I’m not there no es mimética sino que simulacral. En repetidas ocasiones el punto de partida de las películas del director es el reconocimiento que frente a la audiencia permite el uso de figuras icónicas pertenecientes a nuestra globalizada cultura pop. Partiendo del fetichismo mistificador del público, Haynes rehuye el encanto acomodaticio y laudatorio (para eso están la publicidad y los trailers) que proporciona la star , proponiendo un juego más complejo. Son filmes que bien parecen ejercicios de estilo basados en la reconstrucción del cine de género, sin embargo Haynes reformula aquella productividad genérica. Recrea el cine de género a partir de un apropiamiento renovado y actualizado, autoconsciente de su manejo de la tradición. Si sus películas visitan distintas épocas no es para ofrecer una ambientación nostálgica que sea mero marco temporal al servicio de la trama y los personajes, sino que opta por la familiaridad que ofrecen la historia de los estilos y las modas en vez de instalarse en la fiabilidad de los hechos que cuentan los libros y las memorias. Por lo tanto le confiere a su cine un historicismo estético, permitiéndole establecer una mirada crítica sobre el tiempo y los actuantes narrados. El procedimiento queda claro en el caso de Velvet goldmine , película que guarda varios puntos en común con I’m not there . La película parte como cuento de hadas, pero su estructura es calcada a la ofrecida porEl ciudadano Kane , convirtiéndola en un remake postizo, que más que tematizar la soledad del poder, la megalomanía capitalista y la perdida de la inocencia, propone un ensayo narrativo sobre intereses propios de nuestros tiempos: la construcción de las identidades, la definición de género sexual como cuestión de géneros, la figuración del ídolo musical como mercancía, la reelaboración de las vanguardias artísticas en el terreno de la industria cultural y el formato canción radial comomagdalena proustiana de la memoria.
La lógica de pastiche pop y su composición mediante intertextualidad, a mi juicio, han encontrado para el director su mejor nicho en la espectacularidad que proporciona la cultura rock y sus posibles lecturas histórico sociales. 4 Después de un corto sobre Karen Carpenter y su film acerca del Glam, con I’m not there conforma el retrato de una de las figuras más antológicas de los sesenta mediante una película pangenérica: alusiva de cierto avant-garde cinematográfico “chic” de los sesenta, Richard Lester y Fellini yuxtapuestos con el formato reportaje-entrevista televisivo, el video musical, el drama amoroso, el western y la recreación del seminal documental de Pennebaker. Y tal como en Velvet Goldmine , el soundtrack posee su propio desdoblamiento, varios de los temas de Bob Dylan son versiones cover de las originales, a veces interpretadas por algunos de los mismos actores protagonistas.
La tematización del rock, también como en aquella película ofrece su propia “construcción en abismo”. Si en ella el reportaje permite al reportero musical recordar su juventud al mismo tiempo que investiga el enigma de una personalidad, de acuerdo al esquema propuesto repetidas veces en la obra de Orson Welles, en I’m not there el personaje de Robbie, el actor, alcanza la fama gracias al filme dentro del filme: un biopic sobre John, el cantante folk de protesta que recuerda la primera etapa de la carrera musical de Dylan. La película que protagoniza Robbie en la diégesis sirve de espejo de la propia producción 2007 que se inspira libremente “en la muchas vidas y canciones de Bob Dylan”. Más adelante en la trama, el quiebre en el matrimonio y vida familiar de Robbie hace eco tanto de los posibles dramas familiares de Dylan, sus cambios de estilo y el errático manejo entre farándula y vida intima como un guiño de la breve e interrumpida carrera cinematográfica de este. 5 Pero mucho mas significativo que tales arbitrariedades interpretativas está el hecho que la historia de Robbie y Claire, su mujer, sean versiones en imágenes y narración de parte del repertorio de Bob Dylan. Algo similar sucede en la tematización del debate sobre quién es en verdad el cantante rebelde y la complementariedad entre los personajes del serio periodista inglés y Jude Quinn, mientras suena Ballad of a thin man .
Según Linda Hutcheon 6 en los textos autoconcientes o de metaficción la producción de lecturas se presupone en última instancia una práctica didáctica para los lectores. En el caso de I’m not there demanda una complicidad del espectador necesaria para contribuir a la “reconstrucción” de la ilusión fílmica. A primera vista resalta el hecho que “Bob Dylan” esté interpretado por seis actores bastante disímiles en aspecto, edad, género, raza; configurando seis personajes de conducta y profesión variada. ¿Puede haber seis Dylans? Al parecer sí, pero aún hay más: ninguno de ellos se llama Bob Dylan o Robert Zimmerman. Son Jude, Robbie, Jack/luego pastor John, los otros hasta tienen por nombre ¡Billy (the kid), Woody Guthrie y Arthur Rimbaud! Cada uno vive una vida distinta, paralela a la de los demás, impidiendo establecer una continuidad lógica vital y narrativa para unos personajes que asumen la impostura como conducta.

Christian Metz distingue dos niveles de identificación en el espectador: la primaria se refiere a la conexión con lo visto en la imagen y esta relacionada con el acto de ver. Esta identificación da pie a la secundaria, que tiene un cariz psicológico al producirse el reconocimiento de los personajes y sus acciones. Entonces el objeto perceptual logra ser distinto del objeto imaginario. Y pueden surgir preguntas tan sencillas y complejas como esta: “Bob Dylan es un hombre, ¿por qué lo interpreta una mujer o un niño negro?” Es que hemos pasado del dictamen “no estoy ahí o aquí” al “yo es otro”. El otro y el yo no están ni ahí ni allá. Pareciera que hacen las veces de “Dylan” estuvieran siempre en tránsito, “no direction home”, como un tren al que los personajes se suben de pronto y del que se bajan precipitadamente. Qué nos queda al resto de los espectadores: un re-conocimiento, un proceso interrumpido en la identificación con “el” héroe de la historia, la “deconstrucción” y los fragmentos de una personalidad que se hace (ir)reconocible al momento de querer definir y asimilar su esencia. El horizonte de público aquí consigue ser completamente distinto al del documental de Scorsese, al resultar interferida la seducción que consigue ejercer la figura “Dylan”, provocando la frustración del espectador que pide verosimilitud aristotélica. En un nivel (se podría aventurar que especialmente entre los fans de su música) puede considerarse un engaño ser testigo del seguimiento de tantos personajes ficticios, mientras la narración no hace nada por establecer “la verdad” del antecedente histórico en que supuestamente se basa. En última instancia, la ausencia de realismo que propone la película va un paso más allá: el juego de la apariencia y de las falsas vidas de “Dylan” descomponen el nexo con la realidad y se conforman en puro simulacro. El referente aludido deja de ser un signo fiable en cuanto representación.
Siguiendo a Baudrillard 7 , no se trataría de un asunto de copia, si no de simulación. La copia supone la existencia de un modelo original, mientras que la simulación encubre una ausencia, un vacío, la falta de esencia. Acaba con la valorización dialéctica entre el modelo original y su copia (y de su “aura” como diría Benjamín). No se trata de que en la película haya copias de Dylan, Dylan simplemente no se encuentra en la pantalla. Claro, al comienzo todos pisamos el palito figurativo y además Cate Blanchet parece un muñeco de cera vivo del cantante. Si “Bob Dylan” estuviera en alguna parte del imaginario del cine habría que partir buscándolo en No direction home , e ir más atrás hasta llegar aDon’t look back . El documental nos permite argumentar que la imagen sostiene y refleja lo real mediante una mimesis, provocada por el intercambio entre objeto filmado, cámara y director. Mientras que la ficción narcisista de Haynes desbarata y difumina la realidad de la representación en pura simulación. En definitiva, la excusa de Todd Haynes es el mito Dylan, consiguiendo que las distintas historias y personajes reflejen, cada una en su propio estilo o género, las diferentes etapas con que la crítica y las biografías musicales han determinado y escrito a posteriori la carrera del músico.

La subjetividad nunca queda establecida y definida de una vez por todas, se la va reconstruyendo desde el futuro hacia el pasado. Desde la muerte, pero no hacia el origen, sino hacia una esencia indeterminada, encontrando siempre un vacío o algún un trauma nunca definido. El sujeto Dylan planteado por los seis protagonistas es uno caótico, en constante oposición a los sujetos normalistas que le acompañan. Además este sujeto ausente, transformista y desmembrado impone que en el espectador se re-construya de igual forma, como en Buñuel ( Ese oscuro objeto del deseo , 1977) la ilusión, identificación y experiencia generada por el personaje, ya que estas no resultan fáciles de controlar. La película se niega a estimular nuestro deseo de “consumo” por el personaje y a cambio nos ofrece un arsenal de técnicas narrativas y visuales. El espectador se ve comprometido a interpretar a quien no acaba de ser quien se supone que es, y de ahí surge la necesidad de rellenar y reorganizar tal ausencia con todo el material referencial que el espectador pueda tener. Lo mismo sucede a nivel de la diégesis, donde los personajes le piden a su contraparte “dylanesca” que se defina en términos existenciales, afectivos, estéticos e ideológicos, y estos se la pasen rehuyendo de las acciones y preguntas con que los vienen a cuestionar, clasificar y aprisionar. Acá no queda la coartada documentalista de que el referente no es ficcional. Paradojálmente en la aceptación por parte del espectador del constructo imaginario (la película) propuesto por Haynes y en su personificación delegada (los personajes “Dylan”) no hay ninguna certidumbre de que el director haya determinado como reales los referentes dentro del film, de lo contrario todos los protagonistas podrían llamarse “Bob”.
No es que Haynes dude de la existencia de Bob Dylan (sera queer , pero no está loco), sino que en el texto fílmico tienen similar prioridad los elementos figurativos, como los personajes, al igual que los narrativos, como esos falsos raccords de imagen y sonido que fusionan los cambios de estilo genérico, las elipsis cronológicas, y la diferenciación de subplots. Los espectadores, cada vez más acostumbrados a las nuevas estructuras narrativas y figurativas encuentran en esas intensidades una creencia que ya no otorga el “Héroe” de las ficciones clásicas. La película se define como un reconocible artefacto de ficción, y sin embargo, al mismo tiempo solicita un sentido o vitalidad que va más allá de la distinción real/ficcional que rompa la inevitabilidad vacua del simulacro, entendido este como pura superficie y mercancía. Los seis protagonistas de I’m not there son acusados de evasivos por el resto de su entorno. Son sólo ellos los que creen en sí mismos. El resto de los personajes, los espectadores y el director buscan creer en el personaje que esta ahí. Su problema consiste en que cuando creen encontrarlo él, confundido y ofuscado, ya ha partido.