“ Un casette verde ” ( por Rudy Wiedmaier )
a Luis Alberto Spinetta
El verano de 1970 fue muy caluroso, el país se preparaba para las elecciones presidenciales que acontecerían ese año y cuyo resultado- el triunfo de Allende-cambiaría nuestra historia y destinos personales. Ese verano “naranja”, con siete años de edad, me entretenía jugando fútbol, leyendo muchas revistas y haciéndome tatuajes con la revista Condorito y jugo de naranja. Al parecer, la tinta que usaban, sólo para esa revista y ninguna otra, permitía que los dibujos se traspasaran a la piel al contacto con el jugo, sólo de naranja, con limón no resultaba, lo intenté. Vivía en la localidad de Calle Larga, cerca de la ciudad de Los Andes y con frecuencia ese verano, cruzaban vehículos con patente argentina por la carretera. El intercambio con Argentina, como zona fronteriza era permanente. Una de esas tarde escuché un tema en la radio local que me llamó la atención, retuve algunos fragmentos de la melodía y de la letra acerca de una muchacha. Y me encantó el nombre del grupo: Almendra. Como las que yo partía con una piedra, cada tarde, en el corredor de la casa natal. Una certera metáfora de la vida, del esfuerzo por conseguir el fruto de los días, a partir del trabajo, la perseverancia y por supuesto, sin romperse un dedo. Luego escuché un tema de otro grupo con un nombre que me dio risa: Los Gatos. Y la historia que relataba la canción me extrañó mas aún, hablaba acerca de una “ chica del paraguas ”.Mis hermanos mayores comenzaban a vivir su juventud al igual que algunos primos, se hablaba del cáñamo de Los Andes, de la discoteque Topsy en Reñaca, de los hippies, en fin… de todo un mundo que ocurría a mi alrededor, que me intrigaba, pero al que no podía acceder porque, finalmente, yo sólo era un niño de siete años. Una canción se me quedó pegada al oído, una que cantaba Leonardo Favio :
“ Para saber cómo es la soledad, tendrás que ver cuando un amigo no está ”, años después, la vida me permitió conocer al autor de ese tema, que para mí tenía nombre de flecha: Spinetta.
Spinetta ha muerto este 2012. Pasaron cuarenta y dos años desde aquel verano en flor, pasaron vidas y canciones, amores y dolores, luces y sombras de un continente herido. Pasaron generaciones, hijos, madres, abuelos. Vecinos y atardeceres. Olvidos y desamores, almacenes de barrio que cerraron. Y en esa esquina, luego una frutería, después un lavaseco y posteriormente un local de Loto. Y finalmente, el incendio. Pasaron desaparecidos y dictadores y la persistente memoria de los que amamos, que se niega a olvidar y nos sigue recordando que no los olvidemos. Spinetta ha muerto, pero sigue su luz, como esas estrellas que se apagan en el Universo y cuya energía continúa viajando hasta nuestros ojos.
El año 76- ya en plena dictadura, estamos viviendo con mi familia en Santiago, en las torres del barrio República con Blanco Encalada-con trece años de edad, me las ingenio para buscar en el dial aquella música que sé, es la que me interesa, me interpreta, me emociona. No es fácil, mucha balada española y anglo. Pero hay alguien que se llama “ Pirincho ” Cárcamo, que toca en sus programas el buen rock de esa época, en mi opinión, el mejor de todas las épocas. Descubriré en mis pesquisas adolescentes que él tiene un espacio de media hora, en un pequeño canal de TV de Valparaíso, donde muestra presentaciones en vivo de los grandes grupos de los años setenta. Conoceré a Bachman Turner Overdrive, a Ted Nuggent, a Kansas, a Manfred Mann Earth Band, a Yes, a ELO, a Tom Petty y a tantos más...Y descubriré también, que existe rock en Chile y Argentina. Que algo parecido ocurre acá cerca, que hay otros que vibran con esa música y con esos colores, que hay otros que no quieren mas baladas aburridas, que hay rock, probablemente, a la vuelta de la esquina, acá en el barrio.
Inicio, entonces, una búsqueda que aún continúa.
Mi hermano Carlos se va a estudiar arquitectura a Argentina y en una de sus visitas a Chile el año 77, 78 me trae una revista “ Expreso Imaginario ” y un casette verde Sony, que ha grabado de la radio y me dice: “ Grabé algunos temas que, a lo mejor,te gustan ”.Presiono play en nuestra primera radiocasette, recién adquirida, y entre comerciales y voces típicamente argentinas, surge un tema: “las manos de Fermín giran y él también, gira y dá más vueltas ”.Es un tema de Almendra, y luego otros más, como “ Julia ”
( Por probar el vino y el agua salada ) de La Máquina de hacer pájaros, que me sorprenderán, emocionarán y cambiarán el curso de las cosas, finalmente. Recuerdo que ese casette me acompañó varios años, en Chile era casi imposible conseguir esa música, de hecho, muy pocos la conocían. Suena increíble hoy en día, pero les aseguro que así fue: el rock en castellano era prácticamente desconocido. Los grandes grupos chilenos de la época, Tumulto, Arena Movediza, Millantún, Turba Multa entre otros…no tenían posibilidades de difusión. Tocaban en el circuito de gimnasios comunales solamente, en San Miguel o en la Klimax, cerca de mi casa, en la plaza Manuel Rodríguez. O en el Estadio Chile. Y de Argentina no se conocía nada aún en Chile.
Recupero una vieja guitarra que estaba en mi casa y le cambio las cuerdas nylon por metálicas. Empiezo a tratar de tocar, por mi cuenta. Un amigo me dice que conoce unos flacos de Cerrillos que están armando un grupo, me da las coordenadas. Un día en la tarde decido partir a buscarlos, es el año 79.
Preguntando, llego hasta una casa donde se oye una batería, es la casa de los hermanos Olivares, conoceré a Mauricio quien armará posteriormente Generaciones , el grupo del que sale UPA, al Fredy, a Pato Ponce. Me reciben cordialmente, luego me llevarán a la casa de otro amigo: Iván Delgado, quién fundará años más tarde La Ley. Hablan de un amigo guitarrista de Cerrillos, al parecer muy talentoso, se llama Kiuge. Hoy en día, es el actual guitarrista de Charly y su mano derecha, hace años ya. Conoceré a Pato Reyes, quien será mi mejor amigo de esos años, él me prestará casettes de rock argentino, conoceré la música de Porchetto, de Gieco, Pescado Rabioso, Vox Dei…el mundo se abrirá frente a mi, a los dulces 16, 17 años. Empiezo a sentir entonces, que formo parte de un grupo de iniciados, nos sentimos superiores en algún sentido, al resto de nuestra generación, que no cachan nada de lo que si conocemos nosotros. Ellos están en la onda disco, chapurreando letras en un inglés que no comprenden, queriendo parecer algo que no son, imitando pasos de baile ridículos. Nosotros, compartiendo un mundo de imaginería, poesía y rock del sur, que nos refleja interpreta y conmociona.” Vamos al mar en un buen Cadillac, frutillas, rosas y champagne Mallard ”, canta Charly en un rock desenfrenado, que escucharemos aquellos veranos. “ Todas las hojas son del viento ” canta el Flaco, mientras vivimos nuestros primeros amores inolvidables.
Y luego, esos años se esfumarán, flotarán en el viento de otoño y desparecerán frente a nuestros ojos sin que podamos evitarlo. Pero las canciones quedan como aliados eternos y cada vez que volvemos a oírlas, nos llenan de un gozo inicial, como la primera vez, haciéndonos recuperar ese aliento primordial de caminatas y charlas nocturnas, de grupo de amigos, de amores de primavera, de fraternidad iniciática, guitarras soñadas y primeros pitos.
Grabaré mis primeros temas a comienzos de los ochenta, logrando alguna notoriedad al interior del Canto Nuevo, serán años de lucha contra la Dictadura, tocaré en cientos de lugares en todo Chile, conoceré amores, músicos y gente diversa, serán años emocionantemente difíciles, los de la juventud, años de dolor y pasión. Nunca la canción de protesta me interesó. Algunos músicos del Canto Nuevo me parecían aburridos y tristes, si bien mi opción siempre fue clara en contra de los milicos y a no venderme a la televisión oficialista, me parecía que existía un anquilosamiento en ámbitos del Canto Nuevo. A mi me gustaba la energía del rock y decir las cosas que se necesitaba decir, pero siempre con fuerza y un halo poético en torno. Y la música del Flaco, su poesía, empezaron a ser un espacio de refugio imprescindible para mí, ante tanta mierda circundante. El disco Bajo Belgrano ( 1982 ) fue una obra esencial de imaginería poética y barrial que resumía lo cotidiano y al mismo tiempo lo trascendente, con historias y personajes cercanos y extraños a la vez. Era la gente de tu calle y el surrealismo, al mismo tiempo. Una síntesis de genialidad pura en la obra de Spinetta: “ Bajo Belgrano, amor ascendente ”.
A fines de los ochenta grabé para el sello EMI mi disco “ Amor Grisú ”, con Carlos Corales en las guitarras y Hugo Moraga en la producción musical. Ese mismo año, el 89, conocí a Spinetta en persona. Cristián Rosemary, que conducía un programa en radio Universidad de Chile, “ Musiclaje ”, me pidió que lo entrevistara, así que fui hasta un hotel en plena Alameda con San Antonio, acompañado por mi amiga Luz Croxatto y charlamos, entre al asombro y la admiración, con un eléctrico Spinetta en zapatillas. Lo habíamos esperado un rato, ya que aún no había llegado pues se encontraba con Pablo Herrera, que lo había pasado a buscar al hotel y lo había invitado a su casa en El Arrayán. A los pocos minutos apareció. No podía yo creer en el ascensor que me encontraba con aquel músico que admiraba desde mi temprana adolescencia, al lado mío. Inmediatamente supimos de su fino sentido del humor cuando le pregunté acerca de Pablo y me dijo: “ Si, loco, muy buena onda él, me mostró sus temas. Me voy a venir a vivir a Chile y haremos un dúo, se llamará Sui Géneris ”. Al rato quise saber cómo se encontraba en nuestro país y mirando desde el hall del segundo piso del hotel hacia una Alameda repleta de vendedores vociferantes de baratijas chinas, me dijo:
“ Bien, loco, estoy feliz aquí en Honk Kong ”.Recuerdo que en esa charla, hablamos mucho acerca del disco que venía a presentar al Café del Cerro, esa joya llamada “ Tester de Violencia ” inspirada en lecturas de los filósofos contemporáneos Foucault y Deleuze. Esa misma ocasión, en un encuentro con él, en el Café del Cerro y algunos músicos chilenos invitados, se extendió acerca de su visión de la música como fenómeno cultural en la historia del hombre, citó a John Cage y aceptó, sin quejarse, un par de pesadeces de Moraga -como es su costumbre - en relación a una supuesta influencia de Gino Vanelli. Después Spinetta le preguntó a Pablo, en privado, quien era ese músico que había tenido esa actitud un tanto agressor con él. Quién iba a pensar en ese momento, que los hijos respectivos de ambos -Dante y C-Funk-terminarían siendo amigos cuando crecieran y se dedicaran a la música.
El año 1991 mientras grababa mi disco “ Los Ghettos matan ” en Estudios Procor, con una serie de invitados ilustres del rock chileno, conocí al director de fotografía Gabriel del Carril, con quien nos hicimos muy amigos. Compartíamos la pasión por el buen rock y largas fueron las jornadas escuchando discos históricos y compartiendo anécdotas e historias. Gabriel había sido fotógrafo de las sesiones del disco “ Bajo Belgrano ” y fotógrafo de la “ Expreso ”, curiosamente, la misma revista de culto que mi hermano me había traído de regalo de Argentina el año 77.Gabriel ya era amigo cercano de Luis, Charly y Cerati. Con Gabriel, nos hicimos bien inseparables ese tiempo.
Al año siguiente, radio Futuro trajo a Spinetta a dar un concierto al Teatro California en Avda. Irarrázabal. Era un día viernes y por esas cosas de la vida, yo tocaba en La Batuta, el jueves. Gabriel, me dijo: “ Rudy, haré lo posible por llevar a Luis a tu show ”. Ese jueves en la noche no había mucha gente en La Batuta, por supuesto los dueños del local, entre ellos el Galva -que años después señaló al diario El Mercurio que esa noche había sido una de las históricas de La Batuta- no estaban muy contentos con el poco público, como suele ocurrir con los dueños de bares que cuando llenas, te tratan bien, y cuando no, no te dan ni una cerveza y andan de mala cara, así que el ambiente esa noche, antes del show no era muy agradable. En el fondo, el rock les importa una raja, sólo quieren ganar, siempre ganar plata, nada más aunque digan lo contrario.
De pronto, mientras afinaba mi guitarra, solo en el camarín, sentí movimientos afuera y una conmoción fuerte, pasos rápidos y voces…El Galva aparece en la puerta del camarín muy alterado y me dice: “ Rudy, llegó Spinetta, hueón…Spinetta ”.Me reí por dentro, pues de un momento a otro todo cambió…Pensé: “ Gabriel… la hizo ”.Estaba en eso, cuando de pronto entra Luis solo y rápidamente, me abraza y ante mi estupefacción me dá un beso en cada mejilla y me dice: “ Merde, merde, loco…vinimos ” y sale. Casi me pongo a llorar de emoción.
El tecladista de esa banda, muy talentoso, y a quien yo había dado la oportunidad de tocar, pese a su juventud y falta de experiencia, tenía 13 o 14 años, no más, se llamaba Cristián Moraga y fue conocido años después en el medio, bajo el seudónimo de C-Funk, cantante y guitarrista de Los Tetas. El guitarrista de mi banda esa noche era Gamal Eltit, guitarrista de Dorso, la banda del Pera Cuadra. Esa noche memorable aprendí una lección fundamental de mi vida: que en este medio del rock, te respetan, no por tu música sino por lo que representas, esa noche después de que todos los de La Batuta estaban molestos conmigo por el poco público, pasé a ser- de un momento a otro-el “ amigo ” de Spinetta. Por supuesto, la cerveza no me fue negada, al contrario. Al final del show, le dije a Luis si quería carretear con nosotros y me dijo categóricamente: “ No, loco, mañana tengo concierto ”, me dio un abrazo, me dijo: “ me encantó, muy eléctrico ” y se marchó. Esa noche aprendí algo que siempre trato de respetar: la noche anterior a un show no se carretea. Puedo decir, con orgullo, que aquello, me lo enseñó el Flaco.
No lo volví a ver hasta el año 97.Supe que se encontraba en Chile y que habría un encuentro con músicos y periodistas en la Escuela Moderna de Música. Ya lo conocía más gente acá. La expectación era mayor y el reconocimiento también. Una nueva generación de músicos y estudiantes de música quiere saber acerca de Luis. El auditorio de la Escuela está repleto. Llego atrasado y veo que me hace una pequeña seña con la mano desde el podio que han instalado, mientras habla. Me ha visto entrar. Lo acompañan los “ Socios del desierto”: Marcelo Torres y el “ Tuerto” Wirtz. Hacia el final del encuentro, Camilo Salinas le pregunta qué músicos de Chile destacaría y el Flaco bromeando conmigo, en un código secreto, señala: “… hay uno de apellido alemán que me gustó mucho, lo ví en La Batuta, Wiedmaier…ése ”.Recuerdo que el Rafa Guíñez me gritaba : “ erís vos…hueón, erís vos…”.
Pasaron los años cada vez con mayor velocidad. ¿Será el precio de envejecer?,
me pregunto ésto, mientras voy a Cerro Navia, a visitar, un día del 2005, a mi buen amigo Carlos Espinoza, orfebre, técnico en sonido, bajista y spinettiano histórico . Estaremos gran parte de la tarde revisando en el Youtube, temas de distintas épocas de Luis, de Almendra, Pescado Rabioso, Inivisible, y Jade. Carlos conoce datos y detalles muy precisos, eso que llaman ahora los periodistas de espectáculos, “ la trivia ”. Carlos vende sus réplicas de la Gaviota del Festival en Viña todos los fines de semana. Se entera un día que Spinetta tocará en el Municipal de esa ciudad. Cuando va a comprar la entrada, le dicen que teloneará un músico chileno, pero no saben su nombre. Ocurre que soy yo y Carlos no lo sabe. Estoy mal, mi hijo de nueve años se va a vivir a España en un par de días. Viajo en el bus de la comitiva del Flaco con mi hijo pequeño un día domingo rumbo a Viña. Luis sólo tiene atenciones para él. Se dispone un camarín para mi, con un catering abundante. Mi amigo Ronald Gallardo viaja desde Santiago, cuando se entera, para presentar mi modesto teloneo. Alguien, ántes del show pregunta por mí en la boletería. Salgo a la calle y es Carlos: “ Hueón…cómo no me avisaste ”, me dice.
“ Disculpa, hermano, ando en otra ”, le respondo. Nos vamos a comer un sándwich los cuatro: Carlos, Ronald, mi hijo Manuel y yo. Será una jornada inolvidable. Mientras toco, me gritan desde las localidades más económicas, desde la galería: “ Buena… Rudy ¡¡¡ ”. Decido volver esa noche a Santiago, aún cuando hay una habitación para mi en el Hotel Ohiggins. Estoy demasiado triste.
No veré al Flaco hasta Junio del 2011 y a mi hijo, hasta el 2009.
Supe por mi amigo, el actor Rodrigo Peralta, que Luis cuando vino al Festival El Abrazo, el 2010, nuevamente habló bien de mi y mi música, delante de varios de mis colegas. Otro gran gesto que tuvo conmigo y que no merezco.
Con Carlos, nos seguimos encontrando religiosamente, éstos años, cada semana en su casa, para escuchar buen rock y especialmente los últimos discos de Spinetta.
Carlos anda mal de salud, algunos problemas que no me quiere contar.
Un día me comenta: “… ¿ te imaginai, cuando se muera Spinetta ?, va a quedar la mansa cagada en Argentina…” y tenías toda la razón, amigo, fue tal cual como tú lo anticipaste, sólo que no contábamos con que tú, amigo del alma, querido Carlos, morirías primero, ese terrible 29 de marzo del 2011, dejándome en ésta soledad implacable, fría como un puñal y que no puedo derrotar aún.
La última vez que ví a Luis fue breve, a la entrada del Nescafé de las Artes en junio pasado. Con Gabriel del Carril, su hijo Pedro, mi hijo Manuel , que estaba en Chile nuevamente, y Jaime Piña de revista “ La Noche ” lo saludamos esa tarde. Le regalé mi último disco, “ Los trenes de la noche ”, poemas de Jorge Teillier que musicalicé. Lo noté amable pero ausente. Entró rápido al teatro ya que lo estaban empezando a atosigar ciertos curiosos presentes. Pedro del Carril y mi hijo Manuel Wiedmaier son amigos, se quedaron a la prueba de sonido, al show y luego en camarines. Tengo entendido que, como buenos adolescentes quinceañeros, se comieron gran parte del catering incitados por el mismo Flaco con su habitual generosidad.
Son las cuatro de la tarde de este 8 de febrero de un verano atroz. Me encuentro en Pudahuel en la casa de mi amigo, el negro Iván, para planear unos videos juntos, acerca de mi trabajo con la poesía de Teillier. Suena mi celular. Es mi amigo Fito, no es Páez, me dice: “ malas noticias, murió el Flaco ”.Todo cambia. La luz es la misma, el sonido persiste pero todo cambia de un instante a otro. El atardecer que observé tantas veces en éstos mismos barrios, con mi amigo Carlos escuchando algún tema del Flaco, bebiendo una cerveza, en silencio, ya se insinúa, es parecido a tantas otras veces, a tantos otros veranos. Pero sé, implacablemente, que nunca será el mismo atardecer. Ayer, 7 de febrero, he ido a dejar a mi hijo al aeropuerto, regresa a España, ya es un jóven guitarrista.
Es alto, flaco y de dedos largos. Tiene 15 años y sueña con músicas y músicas como afiebrado y sueña con un futuro. Lo vi con su guitarra al hombro, hacerme una seña antes de desparecer en el Terminal rumbo a su destino. No sé cuándo lo volveré a ver.
Recuerdo la última palabra que le escuché a Luis, cuando le regalé el disco de Teillier.
“ Gracias ”- me dijo. Qué ironía, las gracias se las debemos nosotros, todos aquellos músicos que aprendimos tanto de su música y su arte.Mientras escribo, pienso que la vida es un misterio que no lograremos descifrar nunca. Pienso que tuve la fortuna de conocer a un ser de luz que nos seguirá iluminando con su arte y que, cuando me sienta triste, como ahora, pondré un tema del Flaco, recordaré a mis amigos que ya partieron, beberé un trago en honor a ellos y rogando por mis hijos Aurora y Manuel , lucharé y rezaré, rezaré y rezaré… hasta que llegue mi momento de dormir para siempre.