viernes, 29 de abril de 2011

Tomado de músicapopular.cl

Primera página

Es grasa y está saturada

"Yo soy…" y "Mi nombre es": urgente una ley de rotulación para comida chatarra en TV.



Desde que Lagos
 –Sergio, no Ricardo– sobrevendiera con su entusiasmo característico el supuesto hito de una nueva era en la TV a propósito del show sobre unos perdedores profesionales denominados protagonistas de la fama en 2003, uno ya debiera estar acostumbrado a que cualquier cosa es posible en las mentes de los responsables de la tele en que vivimos. Un programa de gente con disfraces militares en un país donde ya hubo suficientes militares de verdad por años de cadena nacional: con ese solo ejemplo podría bastar. Pero no hay modo. Los creativos de esta industria logran superarse a sí mismos cada vez, y en 2010-2011 el pretexto ha vuelto a ser la música.

O lo que ellos llaman música. Y lo que ellos llaman "talento", sobre todo, en otra ofensiva de programas donde talento es tener el menos carácter propio posible. Para la mentalidad de un productor de TV, cantar bien es lo más parecido a ser Mariah Carey o algo así: gritar fuerte y vibrante, perfecto para emocionar al jurado y para poner el cartel de "aplausos", como si la única opción para ser cantante chileno fuera aspirar a astro afroamericano del R&B. Se llaman "Factor X" o "Talento chileno" y no están mal como experimento exitoso de alienación en masa. Pero aun mejores son la versioneshardcore. Se llaman "Yo soy…" o "Mi nombre es", y dirán que son programas de imitadores de cantantes famosos, pero es demasiado más que eso. Es un festival de todo el remedo del que se alimenta la TV.

Shakiro es sólo el comienzo. También está el remedo emocional de unos animadores que sobre-estimulan a los postulantes en camarines, el de unos "profesores" de canto que les hacen cursos para la cámara, el de unos "jueces" muy solemnes en el lugar de supuestos especialistas. Los jurados de todos estos shows tienen pergaminos como panelistas de programas de chimentos, como un ex bajista de Soda Stereo desempleado o, esto es mejor, como un ex mánager de Chayanne. No un "artista": un mánager. Y no un mánager: un ex mánager. Ese sí es retroceso, incluso para los estándares de la TV chilena, que hasta en la era Pinochet contrataba por último al hermano fracasado de los Bee Gees o a la hermana chica de Maripepa Nieto. Que todas estas sean franquicias es el cierre perfecto: es "The X factor", "Britain's got talent" o "American idol", pero en remedo nacional.

Acá el remedo les queda peor que la enfermedad, eso sí. Y eso sí es talento. Los mensajes llegan fuerte y claro. Si quieres cantar, la manera de salir en TV es dedicarte a ser el Camilo Sesto y la Britney Spears chilenos. Si eres José Alfredo Fuentes o Nicole, la manera de que te inviten al set de TV es ser jurado de estas cosas. Si eres el ex bajista de Soda Stereo, Chile es un país donde te pagan por hablar boludeces en televisión, y ni siquiera lo decimos acá, ya lo dijo tu compatriota Charly García hace quince años. Y se llamarán "Yo soy…" o "Mi nombre es", pero es justo lo contrario. Es no ser "yo" ni tener nombre propio: es ser otro. La industria de la farándula ha conseguido en primera instancia el siguiente efecto: invitar a los consumidores a sustituir su vida personal por las vidas personales de las celebridades. Esa lobotomía ahora es más específica, para anular el carácter de un cantante de modo de que se transforme en otro. Y mientras mejor el remedo, más van a aplaudir el Pollo Fuentes, Nicole y el ex manager de Chayanne.

El proyecto de rotulación de comida chatarra está copando la agenda noticiosa en estos días en Chile, a propósito de la necesidad de regular la venta de alimentos con altos índices de grasa y otros componentes poco saludables. No hay gran diferencia con la línea editorial de estos programas de TV: esto es grasa. Y están en todos los canales, a la misma hora y en el horario llamado "estelar": o sea es grasa saturada. Urgente que alguien los rotule también.

martes, 26 de abril de 2011

Christina Rosenvinge vuelve a Chile- 5 de Mayo, La Cúpula

Después de casi un año, Christina Rosenvinge regresa a Chile para promocionar su nuevo disco, “La Joven Dolores”. Esta cantautora madrileña es una de las más reconocidas de la música Pop Española que después de tres años y tras “Tu Labio Superior” nos viene a impresionar con su nuevo trabajo, el cual tiene una mezcla de rock suave y pop.
“La joven Dolores” fue el nombre que Christina Rosenvinge le dio a su disco. Esto debido a la inspiración que le produjo las historias, tanto verdaderas como ficticias, que esconde este humilde barco, que por mucho tiempo ha navegado sobre las aguas del tranquilo Mediterráneo; desde Ibiza hasta la Isla de Formentera. Es precisamente en este último lugar en el cual compuso la mayor parte de los temas de este álbum, alejada de la bulla de la gran ciudad.

Tícher de luz, una guia spinettiana: Página/12, Todos los caminos del universo Spinetta...


Tícher de luz, una guia spinettiana: Página/12, Todos los caminos del universo Spinetta...: "En su libro, el autor uruguayo hace un recorrido exhaustivo por la obra de Luis Alberto, tanto como para revelar detalles que ni el fan más ..."

Roberto Carreño: Las bandas más sobrevaloradas del rock chileno act...

Roberto Carreño: Las bandas más sobrevaloradas del rock chileno act...: "Los sobrevalorados no son lo más malos, necesariamente. Son aquellos grupos que han sido muy expuestos y apoyados por la prensa musical de t..."

RUDY WIEDMAIER " CUANDO TODOS SE VAYAN " ( letra: Jorge Teillier/ Música: Rudy Wiedmaier )

 " Cuando Todos Se Vayan " de Jorge Teillier

                                                                                        ( a Ray Bradbury )
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

lunes, 25 de abril de 2011

Artículo acerca de la película " I am not there " sobre Bob Dylan ( tomado de http://lafuga.cl/im-not-there/8 )


I’m not there

Bob Dylan, un completo desconocido

Por Álvaro García

Director: Todd Haynes
Año: 2007
País: Estados Unidos

En el panorama del cine actual destaca una tendencia que juega con los estereotipos. Se prueban los límites de la autoconciencia cinematográfica, muchas veces de forma acomodaticia, despojando a las imágenes de su potencial crítico. Frente a esta inercia significante, el cine de Todd Haynes exacerba el simulacro que conforman las imágenes-mercancía proponiendo al espectador traspasar la distracción y manipulación propias de la espectacularidad inherente al cine, intentando provocar algún grado de lucidez ante el pozo sin fondo de referentes imaginarios que conforman nuestra cultura. De esta forma se le ocurre rescatar a figuras complejas como Bob Dylan y no hacer un simplón remake a la Indiana Jones.
La gente pagaba por ver cómo otros creían en sí mismos en el escenario, en medio del rock and roll”
Kim Gordon
{1}
Aunque Bob Dylan no es un aparecido en la historia cinematográfica, recordemos que el documental Don’t look back (D.A. Pennebaker, filmado el año 65, estrenado el 67) y su revitalización actual está relacionada con la urgencia de la revisión de una figura musical, verdadero mito de los años sesenta, que va más allá de la mirada retrospectiva y nostálgica a la que nos tiene acostumbrados “la industria de la memoria”. 1 Un mito necesita varios actantes para construirse, de esa forma se puede entender la poca distancia entre el estreno de I’m not there (Todd Haynes, 2007), el documental de Martin Scorsese sobre el cantautor No direction home (2006) -donde figura el mismísimo Dylan rememorando-, variados homenajes públicos dedicados al músico, y su propia autobiografía publicada hace un par de años. Lo más notable es que a nadie se le haya ocurrido programar una función doble con las películas más recientes: primero el documental y, después de una pausa y fumarse un cigarro, entonces volver a la sala para ver la versión interpretada por famosos actores asalariados. Dicho de otra forma, el oficioso documental del viejo Scorsese sería necesario para poder contextualizar el experimento barroco de Haynes a la luz de tanto homenaje en vida. Si el primero intenta establecer el retrato de las fuentes, la adolescencia y juventud del artista tránsfuga contado por el Dylan maduro, sobreviviente y sus compañeros de ruta, el segundo marca distancia del referente de inmediato. I’m not there ( No estoy ahí ) pretende que, pese a todos los indicios, lo más significativo de la película no pase por intentar conocer al glamoroso ídolo musical. En definitiva, lo que se articula entre I’m not there y el espectador son algunas de la variables del posmodernismo 2 . Una de las cuales supone el uso explícito de la intertextualidad 3 como práctica significante, la que reemplazó la relación unívoca entre autor y lector por una más dúctil entre texto y lector. Poniéndonos algo deterministas, podría afirmarse que ambos filmes interpelan a públicos diferentes.
La apropiación del mito musical y generacional “Dylan” sirve como ejemplo de cómo en el cine de Haynes se manifiesta una ruptura radical con el clasicismo. La propuesta de I’m not there no es mimética sino que simulacral. En repetidas ocasiones el punto de partida de las películas del director es el reconocimiento que frente a la audiencia permite el uso de figuras icónicas pertenecientes a nuestra globalizada cultura pop. Partiendo del fetichismo mistificador del público, Haynes rehuye el encanto acomodaticio y laudatorio (para eso están la publicidad y los trailers) que proporciona la star , proponiendo un juego más complejo. Son filmes que bien parecen ejercicios de estilo basados en la reconstrucción del cine de género, sin embargo Haynes reformula aquella productividad genérica. Recrea el cine de género a partir de un apropiamiento renovado y actualizado, autoconsciente de su manejo de la tradición. Si sus películas visitan distintas épocas no es para ofrecer una ambientación nostálgica que sea mero marco temporal al servicio de la trama y los personajes, sino que opta por la familiaridad que ofrecen la historia de los estilos y las modas en vez de instalarse en la fiabilidad de los hechos que cuentan los libros y las memorias. Por lo tanto le confiere a su cine un historicismo estético, permitiéndole establecer una mirada crítica sobre el tiempo y los actuantes narrados. El procedimiento queda claro en el caso de Velvet goldmine , película que guarda varios puntos en común con I’m not there . La película parte como cuento de hadas, pero su estructura es calcada a la ofrecida porEl ciudadano Kane , convirtiéndola en un remake postizo, que más que tematizar la soledad del poder, la megalomanía capitalista y la perdida de la inocencia, propone un ensayo narrativo sobre intereses propios de nuestros tiempos: la construcción de las identidades, la definición de género sexual como cuestión de géneros, la figuración del ídolo musical como mercancía, la reelaboración de las vanguardias artísticas en el terreno de la industria cultural y el formato canción radial comomagdalena proustiana de la memoria.
La lógica de pastiche pop y su composición mediante intertextualidad, a mi juicio, han encontrado para el director su mejor nicho en la espectacularidad que proporciona la cultura rock y sus posibles lecturas histórico sociales. 4 Después de un corto sobre Karen Carpenter y su film acerca del Glam, con I’m not there conforma el retrato de una de las figuras más antológicas de los sesenta mediante una película pangenérica: alusiva de cierto avant-garde cinematográfico “chic” de los sesenta, Richard Lester y Fellini yuxtapuestos con el formato reportaje-entrevista televisivo, el video musical, el drama amoroso, el western y la recreación del seminal documental de Pennebaker. Y tal como en Velvet Goldmine , el soundtrack posee su propio desdoblamiento, varios de los temas de Bob Dylan son versiones cover de las originales, a veces interpretadas por algunos de los mismos actores protagonistas.
La tematización del rock, también como en aquella película ofrece su propia “construcción en abismo”. Si en ella el reportaje permite al reportero musical recordar su juventud al mismo tiempo que investiga el enigma de una personalidad, de acuerdo al esquema propuesto repetidas veces en la obra de Orson Welles, en I’m not there el personaje de Robbie, el actor, alcanza la fama gracias al filme dentro del filme: un biopic sobre John, el cantante folk de protesta que recuerda la primera etapa de la carrera musical de Dylan. La película que protagoniza Robbie en la diégesis sirve de espejo de la propia producción 2007 que se inspira libremente “en la muchas vidas y canciones de Bob Dylan”. Más adelante en la trama, el quiebre en el matrimonio y vida familiar de Robbie hace eco tanto de los posibles dramas familiares de Dylan, sus cambios de estilo y el errático manejo entre farándula y vida intima como un guiño de la breve e interrumpida carrera cinematográfica de este. 5 Pero mucho mas significativo que tales arbitrariedades interpretativas está el hecho que la historia de Robbie y Claire, su mujer, sean versiones en imágenes y narración de parte del repertorio de Bob Dylan. Algo similar sucede en la tematización del debate sobre quién es en verdad el cantante rebelde y la complementariedad entre los personajes del serio periodista inglés y Jude Quinn, mientras suena Ballad of a thin man .
Según Linda Hutcheon 6 en los textos autoconcientes o de metaficción la producción de lecturas se presupone en última instancia una práctica didáctica para los lectores. En el caso de I’m not there demanda una complicidad del espectador necesaria para contribuir a la “reconstrucción” de la ilusión fílmica. A primera vista resalta el hecho que “Bob Dylan” esté interpretado por seis actores bastante disímiles en aspecto, edad, género, raza; configurando seis personajes de conducta y profesión variada. ¿Puede haber seis Dylans? Al parecer sí, pero aún hay más: ninguno de ellos se llama Bob Dylan o Robert Zimmerman. Son Jude, Robbie, Jack/luego pastor John, los otros hasta tienen por nombre ¡Billy (the kid), Woody Guthrie y Arthur Rimbaud! Cada uno vive una vida distinta, paralela a la de los demás, impidiendo establecer una continuidad lógica vital y narrativa para unos personajes que asumen la impostura como conducta.

Christian Metz distingue dos niveles de identificación en el espectador: la primaria se refiere a la conexión con lo visto en la imagen y esta relacionada con el acto de ver. Esta identificación da pie a la secundaria, que tiene un cariz psicológico al producirse el reconocimiento de los personajes y sus acciones. Entonces el objeto perceptual logra ser distinto del objeto imaginario. Y pueden surgir preguntas tan sencillas y complejas como esta: “Bob Dylan es un hombre, ¿por qué lo interpreta una mujer o un niño negro?” Es que hemos pasado del dictamen “no estoy ahí o aquí” al “yo es otro”. El otro y el yo no están ni ahí ni allá. Pareciera que hacen las veces de “Dylan” estuvieran siempre en tránsito, “no direction home”, como un tren al que los personajes se suben de pronto y del que se bajan precipitadamente. Qué nos queda al resto de los espectadores: un re-conocimiento, un proceso interrumpido en la identificación con “el” héroe de la historia, la “deconstrucción” y los fragmentos de una personalidad que se hace (ir)reconocible al momento de querer definir y asimilar su esencia. El horizonte de público aquí consigue ser completamente distinto al del documental de Scorsese, al resultar interferida la seducción que consigue ejercer la figura “Dylan”, provocando la frustración del espectador que pide verosimilitud aristotélica. En un nivel (se podría aventurar que especialmente entre los fans de su música) puede considerarse un engaño ser testigo del seguimiento de tantos personajes ficticios, mientras la narración no hace nada por establecer “la verdad” del antecedente histórico en que supuestamente se basa. En última instancia, la ausencia de realismo que propone la película va un paso más allá: el juego de la apariencia y de las falsas vidas de “Dylan” descomponen el nexo con la realidad y se conforman en puro simulacro. El referente aludido deja de ser un signo fiable en cuanto representación.
Siguiendo a Baudrillard 7 , no se trataría de un asunto de copia, si no de simulación. La copia supone la existencia de un modelo original, mientras que la simulación encubre una ausencia, un vacío, la falta de esencia. Acaba con la valorización dialéctica entre el modelo original y su copia (y de su “aura” como diría Benjamín). No se trata de que en la película haya copias de Dylan, Dylan simplemente no se encuentra en la pantalla. Claro, al comienzo todos pisamos el palito figurativo y además Cate Blanchet parece un muñeco de cera vivo del cantante. Si “Bob Dylan” estuviera en alguna parte del imaginario del cine habría que partir buscándolo en No direction home , e ir más atrás hasta llegar aDon’t look back . El documental nos permite argumentar que la imagen sostiene y refleja lo real mediante una mimesis, provocada por el intercambio entre objeto filmado, cámara y director. Mientras que la ficción narcisista de Haynes desbarata y difumina la realidad de la representación en pura simulación. En definitiva, la excusa de Todd Haynes es el mito Dylan, consiguiendo que las distintas historias y personajes reflejen, cada una en su propio estilo o género, las diferentes etapas con que la crítica y las biografías musicales han determinado y escrito a posteriori la carrera del músico.

La subjetividad nunca queda establecida y definida de una vez por todas, se la va reconstruyendo desde el futuro hacia el pasado. Desde la muerte, pero no hacia el origen, sino hacia una esencia indeterminada, encontrando siempre un vacío o algún un trauma nunca definido. El sujeto Dylan planteado por los seis protagonistas es uno caótico, en constante oposición a los sujetos normalistas que le acompañan. Además este sujeto ausente, transformista y desmembrado impone que en el espectador se re-construya de igual forma, como en Buñuel ( Ese oscuro objeto del deseo , 1977) la ilusión, identificación y experiencia generada por el personaje, ya que estas no resultan fáciles de controlar. La película se niega a estimular nuestro deseo de “consumo” por el personaje y a cambio nos ofrece un arsenal de técnicas narrativas y visuales. El espectador se ve comprometido a interpretar a quien no acaba de ser quien se supone que es, y de ahí surge la necesidad de rellenar y reorganizar tal ausencia con todo el material referencial que el espectador pueda tener. Lo mismo sucede a nivel de la diégesis, donde los personajes le piden a su contraparte “dylanesca” que se defina en términos existenciales, afectivos, estéticos e ideológicos, y estos se la pasen rehuyendo de las acciones y preguntas con que los vienen a cuestionar, clasificar y aprisionar. Acá no queda la coartada documentalista de que el referente no es ficcional. Paradojálmente en la aceptación por parte del espectador del constructo imaginario (la película) propuesto por Haynes y en su personificación delegada (los personajes “Dylan”) no hay ninguna certidumbre de que el director haya determinado como reales los referentes dentro del film, de lo contrario todos los protagonistas podrían llamarse “Bob”.
No es que Haynes dude de la existencia de Bob Dylan (sera queer , pero no está loco), sino que en el texto fílmico tienen similar prioridad los elementos figurativos, como los personajes, al igual que los narrativos, como esos falsos raccords de imagen y sonido que fusionan los cambios de estilo genérico, las elipsis cronológicas, y la diferenciación de subplots. Los espectadores, cada vez más acostumbrados a las nuevas estructuras narrativas y figurativas encuentran en esas intensidades una creencia que ya no otorga el “Héroe” de las ficciones clásicas. La película se define como un reconocible artefacto de ficción, y sin embargo, al mismo tiempo solicita un sentido o vitalidad que va más allá de la distinción real/ficcional que rompa la inevitabilidad vacua del simulacro, entendido este como pura superficie y mercancía. Los seis protagonistas de I’m not there son acusados de evasivos por el resto de su entorno. Son sólo ellos los que creen en sí mismos. El resto de los personajes, los espectadores y el director buscan creer en el personaje que esta ahí. Su problema consiste en que cuando creen encontrarlo él, confundido y ofuscado, ya ha partido.



Artículo acerca del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick ( tomado de http://lafuga.cl/las-peliculas-de-philip-k-dick/92 )

Las películas de Philip K. Dick

o de como aprendí a dejar de preocuparme y amar a Linklater

Por Rodrigo Culagovski R.


¿Cuál de las memorias del personaje de Schwarzenneger en Total Recall es la real? ¿Es justo juzgar a las personas por crímenes que aún no cometen? ¿Sueñan con ovejas eléctricas los androides? Todas estas preguntas fueron formuladas primero por Philip K. Dick, autor norteamericano del siglo pasado cuya imaginación singular ha alimentado más de trece películas. Tomar una de sus historias como punto de partida para un filme es un sello de sofisticación; implica hacer una ciencia ficción de ideas y no sólo de maquetas y post producción.
Lamentablemente el resultado final es bastante más aguado y simple que lo que se espera. Parece ser que los estudios no son capaces de abrazar completamente la ambigüedad moral, ética y lógica de Dick, ni de encariñarse con sus protagonistas simples, hombres pequeños sin grandes respuestas ni coraje. A los productores les cuesta aceptar lo francamente extraño y original que era Dick, y necesita situarlo dentro de una de sus categorías prefabricadas.
Tomemos por ejemplo “Blade Runner” (Scott, 1982), que quizás es la que mejor traduce la ambigüedad moral de la novela original “Do Androids Dream of Electric Sheep?”; más allá de ser una simple fábula en torno a los robots con forma humana, tiene como contexto un mundo futuro en que la moralidad y la ética se mueven entre una reverencia exagerada hacia los animales y una pseudo experiencia mística tipo reality-show, lo que lleva a Rick Deckard, el protagonista, a vivir preocupado de juntar suficiente dinero para comprar una oveja real, donde los reparadores de animales falsos se disfrazan de veterinarios para mantener la ilusión, y el mayor terror del caza-androides y su esposa es que los vecinos descubran que la oveja que pasta en su techo está rellena de cables y circuitos.
Para la película esto era demasiado ambiguo, demasiado humano, y Deckard se transforma en un simple detective a lo Philip Marlowe, un cliché de Film Noir, hombre duro y silencioso que hace cualquier cosa por alcanzar su objetivo y al final siempre se queda con la chica. La tensión psicológica irresoluta del cuento en torno a qué constituye lo auténtico, tanto en los seres humanos, androides u ovejas eléctricas, se simplifica y amarra en una frasecilla final, “no sabemos cuanto tiempo le queda, pero bueno, nadie lo sabe”, o algo igualmente cursi.
Dick inventaba mundos inestables -como decía, “que se desmoronan en dos días”-, extraños e ilógicos, que incómodamente nos recuerdan aquel que habitamos. No sólo extrapolaba el desarrollo científico y tecnológico, como la mayoría de sus colegas, sino que la evolución moral y psicológica de las personas y sus sociedades. Los poblaba con hombres y mujeres que no eran héroes de acción ni emperadores galácticos, sino hombres comunes, preocupados por pagar el arriendo e impresionar a sus vecinos, inmersos en realidades retorcidas e inexplicables, cuya perversidad radicaba justamente en su familiaridad. Los protagonistas de Dick son en general paranoicos, pero tienen razones para serlo.
Algo de eso queda en “Total Recall” (“El vengador del futuro” de Verhoeven, 1990), basada en el cuento “We Can Remember It For You Wholesale”. No se pierde completamente la persecución ni el sentido de estar envuelto en un complot manejado por hilos invisibles, pero se disuelve en el esquema tantas veces visto de film de acción, con un protagonista musculoso y experto en armas, que no habla mucho pero siempre tiene una frase “graciosa” que decir a modo de epitafio de sus antagonistas. La sutil violencia psicológica y social, la sensación de persecución invisible, se plasman en violencia y persecución literal y tonta.
A Dick le gustaba crear puzzles morales, pequeñas paradojas legales o tecnológicas y llevarlas hasta su última consecuencia. Le gustaba torturar a sus personajes, hacerlos perderse dentro de estos laberintos sin que necesariamente encontraran la salida al final de la historia.
En “Minority Report” (Spielberg, 2002) el sofisticado juego jurídico de la historia homónima tiene el espacio y el protagonismo necesario para desarrollarse, la pulcritud y aerodinamismo de todas las superficies ayudan al ambiente general de sobre-control y manipulación, y Tom Cruise, a pesar de calzar perfectamente con el macho alfa típico del cine de acción, es lo suficientemente actor como para llevar una película de ideas.
Pero por alguna razón, quizás un problema de marketing y segmentación, la ciencia ficción en el cine siempre es llevada a su expresión más simple y prepubescente, a balazos, monstruos y mujeres enfundadas en lycra. No es que eso tenga algo de malo, pero la otra ciencia ficción, digamos la escrita después de 1950, de preguntas difíciles, parece aún no haber sido leída por los guionistas.
Al final de “Waking Life” (2001, Linklater) el propio Linklater se le aparece al protagonista y, mientras acumula puntos en una máquina de flipper, le habla de Philip K. Dick. Es un monólogo largo acerca de la naturaleza de las cosas, de como Dick se había dado cuenta de que una escena en una novela suya seguía la trama de un libro de la biblia que él no había leído antes de su publicación, y de como años después a él mismo le había ocurrido esa misma escena, en su vida real; todo esto lo había llevado a darse cuenta que el tiempo es una ilusión, que vivimos todos en Palestina en los años después de la muerte de Cristo y en el fondo que las cosas no son tan así como parecen ser.
Ahora, cuatro años después, Linklater está terminando una película, hecha con la misma tecnología de rotoscopeo usada en “Waking Life”, basada en “A Scanner Darkly”, magistral novela de paranoia y drogas del mismo Dick, cuyo protagonista es un policía encubierto, infiltrado en una banda de traficantes con tal éxito y dominio de su papel que él mismo se olvida de que es un policía, y pasa la mitad de sus días preocupado por la idea de que en su banda de traficantes hay un infiltrado y la otra mitad (como policía) sospechando que él (como traficante) es el jefe de la banda y al que hay que vigilar con mayor acuciosidad, y así en un circuito continuo y cerrado.
¿Coincidencia? No lo creo.
Que sea Linklater el director me tranquiliza. Me da esperanzas.
Primero por lo ya dicho, que claramente ha leído y pensado acerca de Dick. Dos, porque Linklater no le teme ni a los hombres comunes ni a las filosofías idiosincrásicas, ni tiene problemas en destinar largos planos a su exposición. Tres, porque en “Dazed And Confused” dejó claro que la cultura de las drogas no le resulta poco familiar, y “A Scanner Darkly” es primero que nada una volada en mala, una exquisita y autoreferente fantasía de persecución de la que uno despierta para darse cuenta de que era cierto, que de verdad hay unos tipos afuera tratando de matarte.
Quizás podamos por fin ver una película fiel a Dick, sucia y desarticulada, sin finales fáciles ni explicaciones simples. Que nos deje algo incómodos y molestos, mirando un poco chueco al vecino de butaca. Y a pesar de haber visto solo un trailer de “A Scanner Darkly”, tengo confianza en Linklater, siento un cierto optimismo, algo paranoico claro, pero optimismo al fin.


Consejos de Roberto Bolaño acerca del oficio de escribir ( tomado de http://www.fuentetajaliteraria.com )

El escritor y su oficio

ROBERTO BOLAñO. CONSEJOS SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR CUENTOS



Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos.
1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno. Honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.
2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco.
Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.
3. Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.
4. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.
5. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.
6. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.
7. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel.
Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!
8. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.
9. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.
10. Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.
11.Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.
12. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

SPINETTA VUELVE A CHILE JUNIO 2011

http://rocknvivo.com/2011/04/20/junio-2011-spinetta-vuelve-a-chile/

jueves, 21 de abril de 2011

Seasons of love from RENT the movie

RENT-LA OPERA ROCK

Alquiler es un 2005 American adaptación cinematográfica del musical de Broadway del mismo nombre . La película muestra la vida de varios bohemios y sus luchas con la sexualidad , el travestismo, las drogas , la vida bajo la sombra del SIDA , y el pago de su alquiler. Se lleva a cabo en el East Village de Nueva York desde 1989 hasta 1990. La película, dirigida por Chris Columbus , tiene seis de los miembros del reparto original de Broadway repitiendo sus papeles.
Dirigida porChris Columbus
Producido porChris Columbus
Robert De Niro
Jane Rosenthal
Mark Radcliffe
Michael Barnathan
GuiónStephen Chbosky
Sobre la base deAlquiler por
Jonathan Larson
Protagonizada porAnthony Rapp
Adam Pascal
Rosario Dawson
Jesse L. Martin
Wilson Heredia Jermain
Idina Menzel
Tracie Thoms
Taye Diggs
Música deJonathan Larson
Rob Cavallo
Doug McKean
Jamie Muhoberac
Tim Pierce
CinematografíaStephen Goldblatt
Editado porRichard Pearson
EstudioRevolution Studios
1492 Imágenes
Distribuido porColumbia Pictures
Estreno fecha (s)23 de noviembre 2005
Duración135 minutos
PaísDe los Estados Unidos
IdiomaInglés