TE PARA TRES por Rudy Wiedmaier
Cruzo Catedral al llegar a Bulnes, es un lunes cerca de la ocho de la mañana y llevo a mi hija Aurora a su colegio, pasamos por frente a una antigua casa de dos pisos y que pertenece al escultor Palolo Valdés. Entonces recuerdo cuando viví en esta casa en el segundo piso, con mi amor de entonces-el amor de juventud nunca se olvida, dicen- a principios de los noventa, eran días emocionantes en la ciudad de la furia aquellos. Pienso cómo, “ en las mismas calles que recorres, has podido vivir tantas vidas distintas Rudy ”, será el destino del viajero inmóvil que gira sobre un eje imaginario toda la vida, repitiendo los mismos errores y aciertos. Ese año 91 escuchábamos un disco alucinante cuyo título era “ Dínamo ” y la banda Soda Stéreo. Acido y rock.
Mi hija canturrea bajito, mientras caminamos, un trozo de una nueva canción que estoy componiendo basada en un poema de Nicanor Parra, se llama “ Ultimo brindis ” ( “ a la rosa que ya se deshojó, no se le puede sacar otro pétalo…” ) y me conmueve escucharla a ella cantar, tan simple, bella y no tocada por los dolores de la vida aún. Siento que todo ha valido la pena, porque si una canción tuya es cantada por alguien más, algo de ti derrota a la muerte y sobrevive en los labios de otro.
Pienso en Cerati, conectado a las máquinas que lo mantienen con vida, en una vigilia interminable de penumbra y sueño, cruzando las valles de un misterio insondable. Recuerdo ese verso de Teillier “ de nuevo vida y muerte se confunden, como en el patio de la casa, el paso de las carretas con el ruido del balde en el pozo ” y me siento tan afortunado, cruzando el frío de ésta mañana, sin ni uno. Con mi hija de ocho años de la mano, rumbo a un futuro en el que quiero creer, en el que debo creer, al que me debo aferrar con todas mis fuerzas, porque esa voz, que canta a mi lado es casi una plegaria que lo invoca. Como la plegaria que rezan las chicas argentinas, encendiendo velas y pidiendo por el músico cantautor, galán, rockero , caído y herido como un guerrero en la frente, en mitad del rito de sanación colectiva en que- en ciertas ocasiones- se convierte un concierto de rock. Tenemos todo y al momento siguiente sólo cenizas, la lección que nunca aprendemos del todo en nuestra pequeña y engreída humanidad. Vivimos cómo si todo fuera para siempre, olvidando la fragilidad de la que estamos construidos y la vulnerabilidad que nos rodea.
Al instante siguiente, voy camino al aeropuerto a buscar a mi novia. Es el año 92 y ella vuelve de Buenos Aires, ha sido invitada por su mejor amiga argentina –Laura- al lanzamiento privado de “ Amor amarillo”, el primer disco solista de Gustavo Cerati, en una estancia. Voy en el bus y he dejado de asistir a ésta misma hora, a un encuentro privado, al que me ha invitado el gobierno de Aylwin, con un grupo de músicos chilenos y Paul Macartney, quien visita Chile por primera vez. Las cosas que uno hace por amor o calentura dirán algunos. La Vivi viene preciosa y me trae de regalo el CD “ Fuego Gris ” del flaco Spinetta.
“ Amor amarillo ” es para ella. Autografiado por “ Gus ”.
Estaremos el resto de la tarde, amándonos, fumando y escuchando aquel disco, del que sobresale el tema central cantado por Cerati y su mujer de entonces, Cecilia Amenábar y la excelente versión de
“ Bajan ” de Pescado Rabioso, tema del flaco.
Nuestro amor, con Vivi, terminará para siempre al año siguiente, pero ésta tarde aún no lo sabemos.
Son las tres de la tarde ahora y es 2010, salgo del metro Tobalaba y un pendejo cuico del Grange que pasa a mi lado junto a sus compañeros dice: “ es que la vida de rockero le pasó la cuenta …” con un tono de moralina asqueroso y que volveré a escuchar en los días siguientes.
Es como si la masa anónima e ignorada, cuando sucumbe un grande,
se satisface en su envidia y pequeñez, con el desplome del que ha sobresalido dentro de la tribu. Es una reacción brutal y oscura, que genera cierto placer y que se alimenta del prejuicio e ignorancia más vulgares.
Y se olvidan que aquel que ahora está caído, les entregó grandes momentos de su juventud, iluminando con sus canciones, amores, recuerdos, fiestas, carcajadas y aventuras que no serían lo mismo, sin esa música ligera que nos acompaña: las diminutas gigantes canciones de todos los días. Se olvidan que un músico entrega felicidad.
Y Cerati la entregó de sobra y lo seguirá haciendo, más allá de lo que ocurra. Cerati escribió las más grandes canciones de rock pop en español y que se agigantarán con el paso del tiempo.
Hace unos años, ciertos talibanes del rock porteño, elevaban cánticos en los conciertos de Los Redondos en contra de Cerati, por concheto, por famoso, por pop…en fin, por lo que sea, en un acto de desprecio por lo que no pertenece a los códigos propios de cierta clase, de la calle, del tetra sudado, de la mala merca barriobajera. Una vez más somos el lobo del hombre.
Ahora voy en otro bus, privado, y es 2005, viajo con Spinetta, su banda y mi hijo Manuel de nueve años. Vamos rumbo al teatro municipal de Viña, una mañana de domingo, ya que el flaco toca y yo seré el telonero. Pero no me importa mucho, la verdad. Algo que esperé desde los quince años de edad, desde que empecé a tocar, ahora por fin ocurre, pero yo estoy triste, porque mi hijo se va a España en dos días mas y algo me dice que no lo veré en un tiempo. Me equivoco: pasarán cuatro largos años hasta que regrese y ya no será un niño. Tengo La Nación Domingo , se la ofrezco al flaco pero me dice: “ no loco, gracias” y prefiere escuchar el relato que Manuel hace de la saga “ El señor de los anillos ”.Abro el diario y hay una entrevista a Vicentico de Los Cadillacs, hablando pestes del flaco y de Cerati, acusándolos de vendidos y el etc… que ya se conoce.Como si Los Cádillacs fueran las novicias voladoras de la consecuencia revolucionaria-rockera. Por suerte, el flaco no me aceptó el diario. Cierro La Nación y escucho a Manuel hablando del príncipe Aragorn, todo el grupo se queda en silencio y lo escucha dar todo tipo de detalles acerca de la saga de Tolkien, un rayo de luz entra por la ventana detrás del niño. Siento que todo parece tener sentido en este breve instante que se va, que ya se fue.
La única vez que estuve con Cerati, fue en el concierto de Charly en el Estadio Víctor Jara en Julio del 93 y que yo teloneé con mi banda
( eterno telonero ), me lo presentó mi amigo Gabriel del Carril. Me pareció-al contrario de comentarios que he escuchado de músicos chilenos-un tipo sencillo, para nada quebrado y con un sentido del humor genial, nos reímos un par de veces de lo seguido que bajaba Charly a su camarín. Me pareció una buena persona, sin duda.
Ahora debo ir a buscar a mi hija al colegio, son cerca de las cinco de la tarde. En el tumulto de la salida, trato de reconocerla entre tantas niñas de su edad. De pronto, la veo con su trabajo del sistema solar en las manos y que ha pintado la noche anterior con Angélica, su madre.
Le doy un beso en la frente, vuelvo a pensar que soy muy afortunado de poder dar ese beso y recibir otro, de respirar este aire frío de otoño. Otro padre yace inmóvil bajo el sueño quirúrgico. En un instante cruzan imágenes de distintas épocas de mi vida y las canciones siempre allí, como alientos de luz. Veo los planetas en el diseño que armó Aurora y que se parece tanto a la carátula del disco “ Dínamo ”,
Coincidencias extrañas. Aurora me pide una bebida, entramos a un almacén del barrio, una pareja de jóvenes se besan y ríen, deben vivir juntos por aquí en estas calles. Siento que así era yo, pero hace siglos. Me siento tan cansado a ratos.
Los jóvenes son tan bellos porque todavía no lo saben aún.
Ella tararea un tema que está sonando en la radio: “…las tazas sobre el mantel…no hay nada mejor que casa... té para tres ”.
Salimos a la calle, mi hija me mira y me dice “ qué linda la canción papá, no es cierto ?... ” Si, hija…le digo…es linda. Caminamos unas cuadras, cruzamos la plaza Brasil y llegamos a nuestra casa, ha llegado mi hijo del colegio. Un abrazo, un beso.
“ Quieren once, hijos”-pregunto. Si¡¡¡¡- responden ambos. Entonces , camino hacia la cocina, enciendo el fuego, pongo la tetera y no sé bien porqué, lloro lenta y calladamente mientras preparo las tazas.
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